Empieza este nuevo año, y (aparte de desear un buen año para todos, especialmente para nuestra convaleciente economía, que se recupere, porque cuando está buena tiene a bien alegrarnos a cualquiera) lo que más me gustaría es que desapareciese el radicalismo de nuestras sociedades. Desde el Tea Party, hasta los radicales islámicos, pasando por los radicales independentistas que se vieron en las pasadas elecciones catalanas o los liberales radicales, el radicalismo es una lacra para el desarrollo; para todo tipo de desarrollo.
El radicalismo político aflora de vez en cuando por todas partes, y más en período de crisis. Empezando por los islamófobos como Geert Wilders, político neerlandés, que basa su partido en el rechazo al islam: una de sus propuestas es prohibir el corán, ¿Qué opinaría si se prohibiese la biblia en otros países? Yo creo que lo que sobra en nuestras sociedades no es el islam, sino pensamientos tan retrógrados como el de este señor. Con el islam moderado se puede convivir sin ningún tipo de problemas, incluso nos pueden aportar cosas valiosas a nuestra cultura europea. Con este tipo de intolerantes no. Otro ejemplo de islamófobos que afortunadamente no fue más que noticia unos días porque se consiguió pararle los pies (o más bien las manos con un corán, un mechero y algún liquido inflamable) fue el religioso estadounidense que pretendía quemar un ejemplar del libro sagrado musulmán. Y cómo, desgraciadamente, la estupidez es inherente al género humano y radicales hay en todas partes, algunos islamistas radicales amenazaban con atacar al mundo occidental si su acción se llevaba a cabo. En ese mundo vivimos: una persona anodina quema un libro sagrado para una parte de la población humana y puede desencadenar una oleada de atentados en Europa y USA. Vamos a ver, señores: si vuestro Dios existe, ¿Porqué no dejais que lo castigue él y punto, en vez de matar a gente inocente por la burrada cometida por un asno?
Más radicalismo político se acaba de ver en USA, país que parece capaz de dar lo mejor, pero también la gente más inculta y extremista (porque una persona culta, inteligente, con educación y que haya viajado a otras culturas no puede ser extremista) es el intento de asesinato de la congresista demócrata Giffords hace unos días. El clima político venía crispándose desde el surgimiento del Tea Party, formación surgida a la derecha del partido republicano y con una gran carga de intolerancia, violencia, radicalismo, y, muchas veces, incultura en sus discursos.
Tampoco son de recibo los radicales islámicos, que pretenden "liberar" su territorio masacrando a las minorías religiosas, especialmente a los cristianos. Para su información, el cristianismo es más antiguo que el islam y, por ejemplo, los coptos estaban en Egipto antes de la llegada de los conquistadores musulmanes.
Ahora tocan los independentistas radicales. Una cosa es amar a tu país y otra el nacionalismo, porque, como decía Einstein, "el nacionalismo es una enfermedad infantil, es el sarampión de la humanidad". No lleva más que a debates estériles sobre lineas imaginarias establecidas por el género humano. Tanto catalanes como flamencos y valones, así también etarras, a mi parecer ahora, ya en la segunda década del siglo XXI lo que se debe hacer es unir países, y no crear más fronteras. Otra cosa es África, que primero debe crearlas desaciendo las artificiales creadas por el colonialismo (Sudán del Sur, Sáhara Occidental), para poder crear instituciones fuertes, sanas y democráticas, y luego ir uniendose, en una Unión Europea a la Africana.
Ya sé que muy probablemente peque de optimismo excesivo, que es una utopía porque, como ya he dicho la estupidez es inherente al género humano, pero que se le va a hacer. La receta que yo recomiendo para estos males es una buena educación, y eso lleva tiempo.